Me sorprende que padres, hechos y
derechos, nada de magaya que diría mi
abuela, despotriquen contra los niñatos, hijos, ésos sí, de magaya, sin
civilizar, que se pasan vídeos pornográficos reales, bromas pesadas a
profesores, palizas, escatología, gore y demás. ¿Que qué hay tras ese “demás”?
Pues todo lo que te puedas imaginar y no puedas por tu déficit de experiencia
en la red, aquí sí que sabes menos que un
niño de primaria. La falta de autocrítica es una cualidad que predomina en
los padres de hoy, también la negación de la realidad y la falta de memoria
sobre cómo funcionaba nuestro comportamiento infantil y adolescente: el
egocentrismo, tanto para ser los reyes del mambo como los más tristes mártires
del universo; el ansia por encajar; una vez que encajas, el deseo de destacar
y, algo que siempre se ha hecho pero que hoy alcanza un nivel de gravedad
mortal por la multiplicación de herramientas, de su alcance y los efectos: la oportunidad
fácil de autoafirmarse haciendo el vacío o atacando al que no llega, al
pringado, al inseguro, al diferente.
Los niños siempre han sido
crueles, pero esta crueldad sólo alcanzaba donde llegaba su verborrea y alguna
zurra de vez en cuando al salir del colegio; hoy son igual de crueles pero ahora
con tecnología que, mal utilizada, tiene un poder destructor semejante a las
bombas de racimo y, además, que pueden garantizarles el anonimato. Así los centros
se convierten en escenarios de un Gossip Girl a la española sin censura.
El problema no es que tu hijo
adolescente sea un estúpido sino que ha cimentado su estupidez en la infancia
donde tú, como padre o madre, eras el único responsable. La estupidez no aparece
de repente en un adolescente como el acné. La tragedia no es ser crueles, lo
dicho, los niños y los adolescentes siempre lo han sido por su egocentrismo,
falta de empatía e inmadurez, pero ahora disponen de teléfonos inteligentes y
tabletas, todos con tarifa plana.
La ignorancia de los padres va in
crescendo cuando, delante de sus hijos, se hacen gracia unos a otros con los
mismos vídeos que, hace ya meses, circulan por los colegios. Recuerda: por muy
duro que te parezca el video que te acaban de pasar por Whatsapp, ten por seguro
que ya lo han visto, o similar, el 90% de los alumnos de la ESO.
Cuando a uno le preguntan ¿de
quién es la culpa de que los niños alcancen cotas de crueldad desconocidas
hasta ahora? Pues de aquellos padres que no han limitado esa necesidad del niño
de reafirmarse aun utilizando la crueldad ensalzada con la ventaja tecnológica
del anonimato; de los padres que
prefieren no saber antes que invadir la supuesta intimidad de su niño; de los
padres que antes creen a su niño que al profesor; de los padres que creen que
un test de inteligencia que diga que su niño es superdotado, aunque éste sea un
cretino, sirve para algo; de los padres que se preocupan de que el feto escuche
música clásica en el vientre materno pero no de qué hacen metidos en su
habitación horas y horas; de los padres que permiten pestillos en las
habitaciones de sus hijos; de los padres que llaman a sus hijos “tío”; de los
padres que creen que educar a los hijos es tener a alguien que los recoja y les
dé de merendar; de los padres que se creen más listos que lo fueron sus padres;
de los padres que abroncan a los abuelos por reñir a su niño; de los padres que
creen que su niño de trece años está leyendo The New York Times en el ordenador
de su habitación a las tres de la mañana; de los padres que están seguros de que
su hijo no está entre una mayoría de adolescentes que almacenan vídeos sobre hechos
delictivos o moralmente reprobables en sus móviles; de los padres que creen que
un vídeo fuerte en internet es una felación de María La Piedra a Nacho Vidal; de
los padres que no supieron limitar y moldear la energía de un niño y que ahora
se desesperan con adolescentes que no reconocen como el producto de su labor
paternal sino que buscan la explicación en los videojuegos, en internet, en
Sálvame Deluxe y en la magaya del
barrio.
El origen del acoso, tanto del
ánimo de quien lo realiza como de la vulnerabilidad del que lo recibe, está en
la infancia, en cómo cimentes en el niño lo que está bien y lo que está mal,
que aprenda que existen personas más allá de su ombligo y que pueden tener otra
forma de ser, de pensar y de actuar. Sembrar una confianza en sí mismo que no
le haga desarrollar continuamente la necesidad de reafirmarse en un grupo
adolescente, al menos, no violentamente. Sin embargo, lo que falla,
principalmente, no es la educación de los adolescentes que, al fin y al cabo,
no es la causa del problema sino la consecuencia de una mala educación
infantil.
Los errores en la educación
infantil son difíciles de percibir pues el niño tiene poco margen para la
rebelión y los padres aún pueden mantener, algunas veces a duras penas, la
autoridad. Esto cuando los padres son los encargados de educar al niño pero…
¿Cuando son los abuelos? Abuelos, muchos con escasas fuerzas, que intentan por
todos los medios ayudar y eso hacen, ayudar, no educar, no regular
comportamientos ni marcar normas ¿qué pensaría mi nuera si el niño le dice que la tata le castigó? ¿Si se entera mi
yerno?
Pero poco se puede hacer cuando
la gestión de la autoestima y la habilidad para la empatía del niño se ha
sustituido por el enardecimiento del ego del pequeño emperador, el futuro
acosador, y, en el otro extremo, el cohibimiento y fomento de la indefensión
del futuro acosado que, por tímido e inseguro, es invisible, se porta bien y no
da guerra. Las escuelas de padres son la mejor solución a esta falta de
competencia educacional absoluta, a la pérdida del sentido común y a la
dictadura del relativismo, el buenismo
y el padre-colega. Pero claro, el primer paso es aceptarlo: soy el origen, la
primera causa, del comportamiento de mi hijo.
José Ángel Caperán
Psicólogo y Coach
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