martes, 29 de octubre de 2013

Échale la culpa a la cigüeña

La estupidez no aparece de repente en un adolescente como el acné.

Me sorprende que padres, hechos y derechos, nada de magaya que diría mi abuela, despotriquen contra los niñatos, hijos, ésos sí, de magaya, sin civilizar, que se pasan vídeos pornográficos reales, bromas pesadas a profesores, palizas, escatología, gore y demás. ¿Que qué hay tras ese “demás”? Pues todo lo que te puedas imaginar y no puedas por tu déficit de experiencia en la red, aquí sí que sabes menos que un niño de primaria. La falta de autocrítica es una cualidad que predomina en los padres de hoy, también la negación de la realidad y la falta de memoria sobre cómo funcionaba nuestro comportamiento infantil y adolescente: el egocentrismo, tanto para ser los reyes del mambo como los más tristes mártires del universo; el ansia por encajar; una vez que encajas, el deseo de destacar y, algo que siempre se ha hecho pero que hoy alcanza un nivel de gravedad mortal por la multiplicación de herramientas, de su alcance y los efectos: la oportunidad fácil de autoafirmarse haciendo el vacío o atacando al que no llega, al pringado, al inseguro, al diferente.


Los niños siempre han sido crueles, pero esta crueldad sólo alcanzaba donde llegaba su verborrea y alguna zurra de vez en cuando al salir del colegio; hoy son igual de crueles pero ahora con tecnología que, mal utilizada, tiene un poder destructor semejante a las bombas de racimo y, además, que pueden garantizarles el anonimato. Así los centros se convierten en escenarios de un Gossip Girl a la española sin censura.

El problema no es que tu hijo adolescente sea un estúpido sino que ha cimentado su estupidez en la infancia donde tú, como padre o madre, eras el único responsable. La estupidez no aparece de repente en un adolescente como el acné. La tragedia no es ser crueles, lo dicho, los niños y los adolescentes siempre lo han sido por su egocentrismo, falta de empatía e inmadurez, pero ahora disponen de teléfonos inteligentes y tabletas, todos con tarifa plana.

La ignorancia de los padres va in crescendo cuando, delante de sus hijos, se hacen gracia unos a otros con los mismos vídeos que, hace ya meses, circulan por los colegios. Recuerda: por muy duro que te parezca el video que te acaban de pasar por Whatsapp, ten por seguro que ya lo han visto, o similar, el 90% de los alumnos de la ESO.

Cuando a uno le preguntan ¿de quién es la culpa de que los niños alcancen cotas de crueldad desconocidas hasta ahora? Pues de aquellos padres que no han limitado esa necesidad del niño de reafirmarse aun utilizando la crueldad ensalzada con la ventaja tecnológica del  anonimato; de los padres que prefieren no saber antes que invadir la supuesta intimidad de su niño; de los padres que antes creen a su niño que al profesor; de los padres que creen que un test de inteligencia que diga que su niño es superdotado, aunque éste sea un cretino, sirve para algo; de los padres que se preocupan de que el feto escuche música clásica en el vientre materno pero no de qué hacen metidos en su habitación horas y horas; de los padres que permiten pestillos en las habitaciones de sus hijos; de los padres que llaman a sus hijos “tío”; de los padres que creen que educar a los hijos es tener a alguien que los recoja y les dé de merendar; de los padres que se creen más listos que lo fueron sus padres; de los padres que abroncan a los abuelos por reñir a su niño; de los padres que creen que su niño de trece años está leyendo The New York Times en el ordenador de su habitación a las tres de la mañana; de los padres que están seguros de que su hijo no está entre una mayoría de adolescentes que almacenan vídeos sobre hechos delictivos o moralmente reprobables en sus móviles; de los padres que creen que un vídeo fuerte en internet es una felación de María La Piedra a Nacho Vidal; de los padres que no supieron limitar y moldear la energía de un niño y que ahora se desesperan con adolescentes que no reconocen como el producto de su labor paternal sino que buscan la explicación en los videojuegos, en internet, en Sálvame Deluxe y en la magaya del barrio.

El origen del acoso, tanto del ánimo de quien lo realiza como de la vulnerabilidad del que lo recibe, está en la infancia, en cómo cimentes en el niño lo que está bien y lo que está mal, que aprenda que existen personas más allá de su ombligo y que pueden tener otra forma de ser, de pensar y de actuar. Sembrar una confianza en sí mismo que no le haga desarrollar continuamente la necesidad de reafirmarse en un grupo adolescente, al menos, no violentamente. Sin embargo, lo que falla, principalmente, no es la educación de los adolescentes que, al fin y al cabo, no es la causa del problema sino la consecuencia de una mala educación infantil.

Los errores en la educación infantil son difíciles de percibir pues el niño tiene poco margen para la rebelión y los padres aún pueden mantener, algunas veces a duras penas, la autoridad. Esto cuando los padres son los encargados de educar al niño pero… ¿Cuando son los abuelos? Abuelos, muchos con escasas fuerzas, que intentan por todos los medios ayudar y eso hacen, ayudar, no educar, no regular comportamientos ni marcar normas ¿qué pensaría mi nuera si el niño le dice que la tata le castigó? ¿Si se entera mi yerno?

Pero poco se puede hacer cuando la gestión de la autoestima y la habilidad para la empatía del niño se ha sustituido por el enardecimiento del ego del pequeño emperador, el futuro acosador, y, en el otro extremo, el cohibimiento y fomento de la indefensión del futuro acosado que, por tímido e inseguro, es invisible, se porta bien y no da guerra. Las escuelas de padres son la mejor solución a esta falta de competencia educacional absoluta, a la pérdida del sentido común y a la dictadura del relativismo, el buenismo y el padre-colega. Pero claro, el primer paso es aceptarlo: soy el origen, la primera causa, del comportamiento de mi hijo.

José Ángel Caperán

Psicólogo y Coach

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