martes, 29 de enero de 2013

Artículo en diario El Comercio sobre el bullying y la adolescencia

 
¿Si yo hubiera tenido una pistola?
 
Adam Lanza mató primero a su madre, esto es clave, y por esto no es un caso comparable a una matanza más de un joven psicópata en un instituto, era un colegio de primaria, mató a niños pequeños y no a adolescentes engreídos sospechosos de cometer acoso escolar. Siempre que ha ocurrido un caso de asesinato masivo perpetrado por un joven estadounidense, un adolescente aunque ya tuviera 20 años, intentamos sacar conclusiones que nos den pistas sobre el porqué, nos decimos  que esto nunca podría ocurrir aquí, que la educación es diferente y que un niñato español es probable que no huela un arma en toda su vida. Los más obsesivos se preguntan a sí mismos si sus hijos están seguros en el colegio, si cualquier niño reservado y “raro” puede ser una bomba de relojería, pero no nos preguntamos: ¿mi hijo podría hacer eso si tuviera acceso a una pistola? Lanza no es como Eric Harris y Dylan Klebold, autores de la matanza de Columbine en 1999, ni como, más cercano, J.M el chico mallorquín de 21 años que pretendía volar la universidad de Baleares con 140 kilos de explosivos.

Adam no podía sentir empatía, característica del síndrome de Asperger, y eso suele conllevar no tener éxito en las relaciones sociales y adaptarse muy mal a los cambios, recordemos que el divorcio de sus padres fue traumático para él; como consecuencia, se recluyen en su propio mundo del que ha de sacarle su propia familia y ayuda especializada para enseñarle cosas tan básicas como a identificar lo que se debe o no se debe decir para caer bien a alguien. Pueden llegar a ser personas de éxito, no sin antes luchar con este hándicap que afrontan potenciando sus virtudes que, en muchos casos, son brillantes: Bill Gates, Steven Spielberg, Albert Einsten y otros premios Nobel, pues el déficit de empatía supone un superávit en el resto de habilidades psicológicas. Se ha dicho que la razón fundamental fue este trastorno, no lo creo, conozco a varios Asperjen, quizá sean deficitarios de empatía pero en su educación han debido conocer cuál es el límite entre el bien y el mal, entre la realidad y la ficción de un videojuego; es un facilitador, un combustible, pero prefiero hablar de una personalidad inmadura que nadie supo desarrollar durante su educación, quizá porque se le trató de educar como al resto negando su particularidad y sufriendo esa diferencia constantemente, una soledad que acentuó su egocentrismo autista y, sobre todo y ante todo, armas al alcance de la mano. Un ejemplo muy claro es que cuando le quitamos un juguete a un bebé, el sumun del egocentrismo, empieza a llorar, se pone colorado, berrea con todas sus fuerzas y cierra los puños de rabia, si ese bebé pudiera sostener y disparar un rifle volaría la cabeza hasta a su propia madre. ¿Cómo Adam llegó a ese grado tan alto de reclusión interna, de evasión de todo y de todos, y salió una mañana de su mundo encarnando el odio más enajenante? Dada su habilidad para concentrar su atención en un solo punto, por ejemplo, un videojuego de guerra, pudo sentirse prácticamente absorbido por él. Como un volcán dormido que entra en erupción: ¿Qué emociones se iban acumulando como gas en el interior de Adam? ¿Explotó de odio por su madre? ¿De envidia a los niños? De cualquier manera parece más un problema que tiene su origen en el ámbito familiar que en el escolar.

Un caso que sí puede crear preguntas incómodas para el resto de padres es el de la matanza de Columbine: cuando Harris y Klebold planearon la matanza de su instituto no estaban locos, eran el resultado de una humillación continua mal afrontada, de una autoestima por los suelos que sólo el compañero remontaba en su mutua complicidad, un odio máximo e irracional hacia quienes les miraban por encima del hombro y, por supuesto, armas. Recuerdo, por aquel tiempo, charlando con un amigo que había sufrido bullying en el instituto, me dijo: - Si sólo hubiera estado un poquito loco y hubiera tenido una pistola, aquel día le habría matado, pero sabía que entonces su banda, todos a la vez, me matarían a mí después; ese miedo cuerdo y la falta de armas hicieron que no hiciera nada, sólo aguantar. La venganza es una reacción necesaria de alguien que aún se quiere algo a sí mismo, y se puede canalizar de forma positiva orientando todas las energías a ser mejor que los otros. No os sorprendáis que los pardillos de instituto, a los que dabais collejas en el pasillo, muchos sean ahora directores generales o sean escritores de autoayuda de éxito. También se puede canalizar de forma negativa, por ejemplo, hacia la bulimia y anorexia, como venganza hacia los que me llamaban gordo, o adictos a los retoques estéticos para dejar de ser la “tabla de planchar” o el “dientes de conejo”. Otra opción es permanecer en un estado “a la defensiva” durante toda la post-adolescencia e incluso en la edad adulta, creando personas inseguras y dependientes cuyo resultado en su vida vendrá condicionado al tipo de personas con las que se rodeen y de las que dependan emocionalmente. Y, por el contrario, la reacción contraria a la venganza, ya sea canalizándola positiva o negativamente, sería el suicidio ¿por qué? - La respuesta es simple -me dijo mi amigo- porque suicidándome les hubiera dado la razón, habría sido igual que decirles “sí, lo reconozco, soy una mierda y jamás podré ser como vosotros, por eso me voy”.  En todos estos casos el killer acaba matándose, ya ha perpetrado su venganza y sigue vacío de autoestima por lo tanto, se pega un tiro.

En los institutos de Estados Unidos podemos apreciar un sistema de castas muy llamativo, y no nos olvidemos que en nuestros colegios e institutos también existe quizá en un grado más difuminado: los populares están en la cúspide de la pirámide, sobre todo porque son guapos y extrovertidos, sin embargo éstos suelen relajarse y no logran mantener su estatus de “reyes del insti” más allá de la adolescencia, suelen ser mediocres de 30 años que se sorprenden del éxito de los patéticos que zancadilleaban en el patio y dicen “parecían tontos”, pues no lo eran; los frikis, que buscan etiquetarse como especiales, incatalogables, e imposibles de comparar con los populares ni para bien ni para mal, una opción muy utilizada para no entrar en ese juego; los maduros, jóvenes con una edad mental mayor que su edad cronológica, con la cabeza bien amueblada, que están por encima de esta dinámica de mocosos a lo High School Musical; y, por último, los intocables, que el resto de castas les hacen sentir perdedores aunque su vida no haya hecho más que comenzar y que reaccionan a través de la venganza “canalizada” que hemos comentado.

La adolescencia es una etapa dura, muy dura, de comparaciones constantes con el resto que solemos perder. Nunca encontraremos que el capitán del equipo de fútbol, entre y mate con una recortada de su padre a sus compañeros, aunque sepamos que probablemente tiene una encima del cabecero de la cama. Siempre son los patéticos, los pringados, los perdedores, los que no llegan. No estoy comparando a éstos con los asesinos de estas matanzas sino reflexionando sobre el papel de nuestros hijos adolescentes en la baja autoestima de un porcentaje muy alto de sus compañeros. He aquí el problema ¿Por qué en el mundo actual, el mundo de la libertad individual y la tecnología, existen reductos de castas medievales dentro de la aulas? Pregúntale a tu hijo o respóndete a ti mismo: ¿Has humillado a alguien hoy?

José Ángel Caperán

Psicólogo y coach

 


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