¿Si yo hubiera tenido una
pistola?
Adam Lanza mató primero a su
madre, esto es clave, y por esto no es un caso comparable a una matanza más de
un joven psicópata en un instituto, era un colegio de primaria, mató a niños
pequeños y no a adolescentes engreídos sospechosos de cometer acoso escolar.
Siempre que ha ocurrido un caso de asesinato masivo perpetrado por un joven
estadounidense, un adolescente aunque ya tuviera 20 años, intentamos sacar
conclusiones que nos den pistas sobre el porqué, nos decimos que esto nunca podría ocurrir aquí, que la
educación es diferente y que un niñato español es probable que no huela un arma
en toda su vida. Los más obsesivos se preguntan a sí mismos si sus hijos están
seguros en el colegio, si cualquier niño reservado y “raro” puede ser una bomba
de relojería, pero no nos preguntamos: ¿mi hijo podría hacer eso si tuviera
acceso a una pistola? Lanza no es como Eric Harris y Dylan Klebold,
autores de la matanza de Columbine en 1999, ni como, más cercano, J.M el chico
mallorquín de 21 años que pretendía volar la universidad de Baleares con 140
kilos de explosivos.
Adam no podía sentir empatía, característica
del síndrome de Asperger, y eso suele conllevar no tener éxito en las
relaciones sociales y adaptarse muy mal a los cambios, recordemos que el
divorcio de sus padres fue traumático para él; como consecuencia, se recluyen
en su propio mundo del que ha de sacarle su propia familia y ayuda
especializada para enseñarle cosas tan básicas como a identificar lo que se
debe o no se debe decir para caer bien a alguien. Pueden llegar a ser personas
de éxito, no sin antes luchar con este hándicap que afrontan potenciando sus
virtudes que, en muchos casos, son brillantes: Bill Gates, Steven Spielberg,
Albert Einsten y otros premios Nobel, pues el déficit de empatía supone un
superávit en el resto de habilidades psicológicas. Se ha dicho que la razón
fundamental fue este trastorno, no lo creo, conozco a varios Asperjen, quizá
sean deficitarios de empatía pero en su educación han debido conocer cuál es el
límite entre el bien y el mal, entre la realidad y la ficción de un videojuego;
es un facilitador, un combustible, pero prefiero hablar de una personalidad
inmadura que nadie supo desarrollar durante su educación, quizá porque se le
trató de educar como al resto negando su particularidad y sufriendo esa
diferencia constantemente, una soledad que acentuó su egocentrismo autista y,
sobre todo y ante todo, armas al alcance de la mano. Un ejemplo muy claro es
que cuando le quitamos un juguete a un bebé, el sumun del egocentrismo, empieza
a llorar, se pone colorado, berrea con todas sus fuerzas y cierra los puños de
rabia, si ese bebé pudiera sostener y disparar un rifle volaría la cabeza hasta
a su propia madre. ¿Cómo Adam llegó a ese grado tan alto de reclusión interna,
de evasión de todo y de todos, y salió una mañana de su mundo encarnando el
odio más enajenante? Dada su habilidad para concentrar su atención en un solo
punto, por ejemplo, un videojuego de guerra, pudo sentirse prácticamente absorbido
por él. Como un volcán dormido que entra en erupción: ¿Qué emociones se iban
acumulando como gas en el interior de Adam? ¿Explotó de odio por su madre? ¿De
envidia a los niños? De cualquier manera parece más un problema que tiene su
origen en el ámbito familiar que en el escolar.
Un caso que sí puede crear
preguntas incómodas para el resto de padres es el de la matanza de Columbine:
cuando Harris y Klebold planearon la matanza de su instituto no estaban locos, eran el
resultado de una humillación continua mal afrontada, de una autoestima por los
suelos que sólo el compañero remontaba en su mutua complicidad, un odio máximo e
irracional hacia quienes les miraban por encima del hombro y, por supuesto,
armas. Recuerdo, por aquel tiempo, charlando con un amigo que había sufrido
bullying en el instituto, me dijo: - Si sólo hubiera estado un poquito loco y
hubiera tenido una pistola, aquel día le habría matado, pero sabía que entonces
su banda, todos a la vez, me matarían a mí después; ese miedo cuerdo y la falta
de armas hicieron que no hiciera nada, sólo aguantar. La venganza es una
reacción necesaria de alguien que aún se quiere algo a sí mismo, y se puede
canalizar de forma positiva orientando todas las energías a ser mejor que los
otros. No os sorprendáis que los pardillos de instituto, a los que dabais
collejas en el pasillo, muchos sean ahora directores generales o sean escritores
de autoayuda de éxito. También se puede canalizar de forma negativa, por
ejemplo, hacia la bulimia y anorexia, como venganza hacia los que me llamaban
gordo, o adictos a los retoques estéticos para dejar de ser la “tabla de planchar”
o el “dientes de conejo”. Otra opción es permanecer en un estado “a la
defensiva” durante toda la post-adolescencia e incluso en la edad adulta, creando
personas inseguras y dependientes cuyo resultado en su vida vendrá condicionado
al tipo de personas con las que se rodeen y de las que dependan emocionalmente.
Y, por el contrario, la reacción contraria a la venganza, ya sea canalizándola
positiva o negativamente, sería el suicidio ¿por qué? - La respuesta es simple
-me dijo mi amigo- porque suicidándome les hubiera dado la razón, habría sido
igual que decirles “sí, lo reconozco, soy una mierda y jamás podré ser como
vosotros, por eso me voy”. En todos
estos casos el killer acaba matándose,
ya ha perpetrado su venganza y sigue vacío de autoestima por lo tanto, se pega
un tiro.
En los institutos de Estados
Unidos podemos apreciar un sistema de castas muy llamativo, y no nos olvidemos
que en nuestros colegios e institutos también existe quizá en un grado más
difuminado: los populares están en la cúspide de la pirámide, sobre todo porque
son guapos y extrovertidos, sin embargo éstos suelen relajarse y no logran
mantener su estatus de “reyes del insti” más allá de la adolescencia, suelen
ser mediocres de 30 años que se sorprenden del éxito de los patéticos que
zancadilleaban en el patio y dicen “parecían tontos”, pues no lo eran; los
frikis, que buscan etiquetarse como especiales, incatalogables, e imposibles de
comparar con los populares ni para bien ni para mal, una opción muy utilizada
para no entrar en ese juego; los maduros, jóvenes con una edad mental mayor que
su edad cronológica, con la cabeza bien amueblada, que están por encima de esta
dinámica de mocosos a lo High School Musical; y, por último, los intocables,
que el resto de castas les hacen sentir perdedores aunque su vida no haya hecho
más que comenzar y que reaccionan a través de la venganza “canalizada” que hemos
comentado.
La adolescencia es una etapa
dura, muy dura, de comparaciones constantes con el resto que solemos perder. Nunca
encontraremos que el capitán del equipo de fútbol, entre y mate con una
recortada de su padre a sus compañeros, aunque sepamos que probablemente tiene
una encima del cabecero de la cama. Siempre son los patéticos, los pringados,
los perdedores, los que no llegan. No estoy comparando a éstos con los asesinos
de estas matanzas sino reflexionando sobre el papel de nuestros hijos
adolescentes en la baja autoestima de un porcentaje muy alto de sus compañeros.
He aquí el problema ¿Por qué en el mundo actual, el mundo de la libertad individual
y la tecnología, existen reductos de castas medievales dentro de la aulas? Pregúntale
a tu hijo o respóndete a ti mismo: ¿Has humillado a alguien hoy?
José Ángel Caperán
Psicólogo y coach
No hay comentarios:
Publicar un comentario