Su figura se seguirá estudiando en el futuro,
se endiosará y se hará de él un mito divino, y se dirá de él que dio con el
modelo adecuado para conciliar partes enfrentadas ¿cómo? Alejándose de las
emociones que perturban el raciocinio, desactivando en su cabeza el odio, no en
su corazón, donde sólo están las pulsiones físicas, sino en sus recuerdos y en
la creación de sus objetivos. Pues el odio no hace más que enrocar posturas y
basar la victoria, el resarcimiento del orgullo herido, en la derrota del otro.
Sin embargo el orgullo del ser humano es una
energía ilimitada, sobrepasa su propia vida, jamás da el brazo a torcer si lo
que mueve a la otra parte es destruirle o algo peor que la propia muerte: la
humillación. Aún no se conoce un solo ser humano que haya pedido perdón de
forma auténtica y haya reconocido que “el otro bando” tenía toda la razón y él
estaba completamente equivocado porque él era el malo malísimo de la película y
el otro el bueno buenísimo, y no hace falta que nos vayamos al apartheid para ser héroes: conflictos de pareja,
conflictos personales, conflictos familiares, conflictos laborales, conflictos
políticos -judíos y palestinos sin ir
más lejos-, etc. Nelson Mandela dio un paso al frente entre dos bandos y se quedó
en el medio, en un lugar solitario, donde sólo un hombre como él fue capaz de
inhibir sus ansias de venganza, anular el odio y dirigir toda su energía
dialéctica, desde el púlpito que se había ganado por sus propias acciones -que
no sólo palabras-, hacia el objetivo de la paz y la convivencia en Sudáfrica.
La influencia de sus intenciones, sus hechos y sus resultados inspiraron al
resto del mundo aunque la mayoría nunca seríamos capaces de poner el objetivo
común de dos partes en conflicto por encima de nuestro pleno orgullo y la satisfacción
de la victoria completa, es decir: el reconocimiento de que teníamos la razón y
el acicate de ver al otro comiendo de nuestra mano.
La habilidad de manejar sus propias
emociones, parciales, sectarias como las de cualquiera que se ha sentido
agredido, en favor de un objetivo global es lo que ha hecho grande e inmortal a
Nelson Mandela. Esta virtud no se hereda ni se contagia, no seamos ilusos, sólo
un hombre que ha luchado en la calle por sus ideales -no sólo a través del
twitter, pues un tuit no es equivalente a un voto por mucho bombo que le
demos-, que ha sufrido 27 de cárcel por su activismo y sale sin mostrar odio en
sus palabras ni en sus acciones, se pone a trabajar para fundir los dos bandos
y acabar con las consecuencia del odio enquistado de ambos y lograrlo, esta
virtud, que sólo una personalidad como la de Mandela y, sin duda, sólo una vida
como la de Mandela, podría desarrollar. Sólo ha habido un político en la
historia que la ha mostrado y debemos sentirnos afortunados de que hayamos
vivido en el tiempo de este político.
Porque seamos sensatos, sólo los personajes
con vocación política, que tienen claro qué es el bien común, que hablan y,
sobre todo, hacen, tienen el poder real de cambiar la historia, olvidémonos de
ejemplos folkróricos como Kennedy, John Lennon, Mohamed Ali o el “Mandela de
marca Hacendado” apellidado Obama, también llamado “el Mandela que sólo habla”.
Ni los discursos, ni las canciones, ni el
deporte, ni las películas, ni la poesía cambian el mundo, sólo lo cambia el activismo
político basado en la vocación, en los valores, en la valentía, en el carisma, en
la inteligencia, en las decisiones y los hechos, y en la inhibición de los
intereses personales en favor de los de un grupo a quien le debes ser quien
eres, pero con una amplitud de miras más allá de las emociones de la masa como
hizo Martin Luther King o Mahatma Gandhi.
Hay esperanza, fijémonos en verdaderos
líderes actuales que cimentan su poder e influencia en la experimentación, en el
sufrimiento personal en la defensa de sus valores como es hoy en día una mujer
que puede cambiar Pakistán como Mandela cambió Sudáfrica si no se deja perder
por el odio sectario y el orgullo personal que en su día cayeron otros líderes
del pasado como el visceral Malcolm X, me estoy refiriendo a Malala Yousafzai. Porque nadie que no
tenga esos valores, personalidad y haya vivido la vida de Nelson Mandela podrá
ser lo que él ha sido, es y será: el político mitológico.
José Ángel Caperán
Psicólogo y coach
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