Diario El Comercio, 7 de marzo de 2016.
No sólo has de preguntar a tu hijo si sufre algún tipo de burla en el colegio, en la calle o en el entrenamiento. Pregúntale cuál es su etiqueta, cómo le llaman. Y no sólo preguntes si recibe burlas, si es la minoría acosada. Pregúntale primero si pertenece a esa mayoría acosadora, los que atacan y los que los refuerzan o siguen la corriente. Recientemente se ha publicado una encuesta que señala que uno de cada tres niños españoles ha agredido a otro compañero. Por lo tanto, es muy probable que tu hijo lo haya hecho. Y tú, padre o madre ejemplar, al menos en la tercera parte de las ocasiones, lo justificarás, a la otra tercera parte le quitarás importancia y la última ni siquiera la conocerás. Viéndolo con la perspectiva de un adulto, los acosadores escolares, los abusones, no son más que estrellas por un día, entendiendo el final de la infancia, y casi toda la adolescencia, como horas fugaces, como un egocéntrico telonero que piensa que el público está allí para escucharle a él. Con el paso de los años, se refugian en su respetada y admirada, pero caduca, estupidez, se convierten en caricaturas, en adultos con cerebros de adolescentes. Y sus grumetes, los que los siguieron, son ahora seres grises y planos, o amnésicos sobre lo tóxicos que un día fueron. No se trata sólo de proteger a los débiles, a los pringados, porque, muchos de ellos, saldrán tan reforzados de esos momentos que, sin duda, acabarán negando una oferta de empleo a sus antiguos enemigos y nunca se habrá pronunciado con más tino la frase: quien ríe el último ríe mejor. Porque, como le dijo un amigo mío, emprendedor de éxito, a su antiguo acosador en una entrevista de trabajo –éste no se acordaba para nada de mi amigo-: gracias, por ti estoy yo aquí, entrevistándote desde este lado de la mesa. Ya te llamaremos...