En la guerra de Ruanda los paramilitares
tenían auténticas escuelas de formación de psicópatas. Sólo tenían que
secuestrar a un niño y a su madre, darle una pistola al niño y que un
guerrillero le apuntara en la sien mientras le decía: - mátala o te mato. El
niño mataba a su madre para sobrevivir y, a partir de ahí, matar era más sencillo,
incluso, rutinario.
En 1974 el psicólogo de la Universidad de
Yale, Stanley Milgram, publicó un artículo llamado “Los peligros de la obediencia”;
en él se describe el resultado de un experimento que muestra hasta qué punto el
ser humano puede llegar a ser cruel con otras personas sólo por estar
obedeciendo a gente importante, y con aparente solidez de razonamiento, que le
dicen que eso que hace está bien, trasladando la responsabilidad de sus actos a
la autoridad que le marca las pautas. Demostró que dos de cada tres personas en
esa situación podemos llegar a ser auténticos psicópatas por esa evasión de la
responsabilidad. Pero, si además, esas autoridades nos educaran desde
pequeñitos para deshumanizar al enemigo y convertirlo es meras cucarachas y,
además, tras estos maestros se encontrara un dios todopoderoso del que, dicen, mana
esa teoría y, como punto lógico, tus dudas, si es que te quedan, se despejaran
viendo a tus seres queridos sufrir a manos de las cucarachas y tu dios
humillado en la portada de una revista… Sin duda, ojo, sin ninguna duda, te
harías a un lado a la hora de juzgarles o, en el peor de los casos, te
convertirías en un integrista. ¿Y cuál es el paso de integrista a terrorista?
Solamente un asesinato, solamente una muerte porque la segunda es mucho más
sencilla. Pero ¿cómo se llega a sentir un odio tan profundo como para unos
seres humanos identifiquen a otros, que no conocen de nada, como virus
despreciables?